
Sobre el peñasco se alza el hermoso casco antiguo de la ciudad, que, con rotundidad, es presidido por el castillo que sirvió de refugio al Papa Luna en sus últimos días. Tomando como referencia este punto, existen dos caras bastante diferenciadas, una al norte, y otra al sur. De la cara sur de la península cabe destacar que es sede del Puerto de Peñíscola.
Sin embargo, tanto al norte como al sur de la península del castillo existen espaciosas playas. Si lo que se desea encontrar son calas y espacios más tranquilos, la ruta a seguir es en dirección sur, donde comienza la Sierra de Irta. En cambio, si lo que se desea es disfrutar de una playa de arena en toda regla, y sin tener que alejarse demasiado del casco antiguo, tanto la Playa del Norte como la Playa del Sur son dos candidatas perfectas.
Y qué mejor que hacer acopio de energía, degustando alguno de los platos típicos de la cocina peñiscolana entre chapuzón y chapuzón. Platos como el “All i pebre” de rape, el “Suquet” de pescado, los “caragols punxets”, los dátiles de mar, el “arròs caldós”, y la “fideuà”, o el arroz negro, harán las delicias de los más exigentes paladares. Los exquisitos postres tradicionales incluyen el “biscuit del frare Vicent” (bizcocho de almendra), los “flaons de Peñíscola” (pastel de requesón y almendra), o las típicas tartitas del Papa Luna (almendra, naranja, miel y requesón).
Por supuesto, ni que decir tiene, que una visita al Castillo Templario-Pontificio de Peñíscola es muy recomendable. No sólo es éste un referente crucial en la historia de la ciudad, sino que también es un apreciado centro cultural reconvertido- que alberga, entre otros, exposiciones plásticas, congresos, y conferencias-, además de ser la sede del Festival de Cine de Comedia de Peñíscola.
En cuanto a la oferta alojativa de la ciudad, ésta es amplia, y el viajero encontrará una buena cantidad de hoteles y apartamentos de diferente categoría, de entre los que podrá elegir el que más se ajuste a sus deseos.